No nos vendieron amor sin espinas, nos las clavamos todas revolcándonos
en la utopía. Nuestras almas jugando felices al escondite y tú haciendo que me
buscabas por otro lado con la picardía del que sabe donde estoy, con ese vacile
en la sonrisa. Retándome, buscándome y encontrándome entre piques tontos de
enamorados.
Me encantaba como sabías, primavera. Sabías a vacaciones
para mi invierno aunque no siempre desconectaba del todo por eso de no dejar de
pensar. Le quiere por eso no se marcha, descubriste. A veces da por entendido
que quiero estar con él y ni llama a la puerta, justifiqué. Me planteaba si
quería verlo, dudaba y luego lo saludaba. Alguna que otra noche fumábamos
mientras nos poníamos al día pero siempre volvía contigo. Tú te ponías celosa y
yo sonreía al saber que sentías impotencia por no controlar la situación. Después
me mirabas a los ojos pidiéndome que entrase sin llamar. Eso me bastaba para ser
feliz.
Me encantaba cuando te ponías celosa. No existía
desconfianza, sólo el miedo de siempre tapado por kilos y kilos de felicidad.
Por eso nunca lo oíamos, estábamos distraídos
fluyendo como dos arroyos que se juntan y desembocan en el mismo mar. Donde
caímos, donde nos hundimos, donde toqué fondo. Punto cero, ahí fue cuando volví
a la rutina de discutir a gritos con el invierno.
Nos pasábamos el día jugando a la ruleta rusa en camas separadas.
Todo por encontrar los extremos de nuestro ser. Sólo nos juntábamos dispuestos
a joder al otro y siempre acabábamos borrachos y con metralla ardiendo en
nuestro costado. Me ardían las putas costillas. El acero entraba a doscientos
grados quemando la carne a dos milímetros del hueso, consumiéndome entre gritos
silenciosos de agonía y la certeza de estar a ocho millas del extremo.
Teniendo en cuenta la distancia hasta el centro, la expansión de lo finito y su futura trayectoria durante mi estancia terrenal lo consideré cercano.
Teniendo en cuenta la distancia hasta el centro, la expansión de lo finito y su futura trayectoria durante mi estancia terrenal lo consideré cercano.
Y ahora te siento distante. Me siento distante. ¿Me sientes
distante? Espero que lo sepas antes de volver a vernos como dos auténticos
desconocidos que se conocen muy bien, antes de que se pierda la magia de éste
momento y éste otro y te deje de escribir.
Adiós, como dijo Donés.